Fue en una clase de mi maestría que escuché la explicación a este trastorno que no aclaraba aún, esa que involucraba mi cerebro, y fue tras escuchar esa lista de conductas en donde me sentí identificada: “Continuemos hablando de los adultos con Trastorno de Atención”, dijo el profesor. Repasé los síntomas de mi niñez hasta mi adultez y pude al fin verme con claridad. Aquí yo ya me encontraba en el trabajo de –desaprender– quien había sido YO todo este tiempo, y de forma paralela –aprender– a la mayor velocidad como necesitaba continuar mi camino.
Comencé a cuestionar mi vida, ¿entonces todos estos años, todas mis dificultades, mis cambios emocionales, mis cambios de proyectos vienen de aquí? ¿Por qué mis papas no tuvieron la información suficiente? ¿no lo sabían? No, no lo sabían, aunque desde mi infancia mis boletines escolares si lo reportaban. ¿Y los docentes si lo sabían? No, tampoco lo sabían, solo referían lo que era evidente para ellos, continua desatención, inquietud, dificultad para terminar una tarea, atrasos, dificultad psicomotora y mi favorita, hablar, hablar mucho, hablar todo el tiempo.